Presentación del segundo tomo del libro El Primer Traidor Cristiano: Judas, el apóstol.
Por razones de línea editorial, en la lucha contra las formas de censura real que impone el imperialismo en nuestra sociedad, hemos publicado esta obra en dos “Cuadernos”. También hemos considerado necesario hacer una presentación de cada uno de ellos. En el primero recordábamos a Rovirosa como víctima de la calumnia, mientras los acusadores si caían en el pecado de que le acusaban. Hoy queremos mostrar algunos signos de Rovirosa ante lo pequeño.
En cierta ocasión, hace ahora 40 años, pedía, el que suscribe, permiso para asistir a una reunión en la que estaba Rovirosa con un grupo de militantes cristianos de Euskadi. Tenía yo entonces unos 24 años. Me dio permiso para entrar y me dijo:
“Los jóvenes, en esta reunión, oís, veis y calláis. Aprovechad para aprender de la militancia adulta”.
Es curioso que algo similar me pasase 20 años después, en París, en un diálogo con Cipriano Mera, antiguo jefe del Cuerpo de Ejército de Guadalajara, en la Guerra Civil española. Dos jóvenes anarquistas asistieron a nuestro diálogo, de varias horas de duración. No pronunciaron ni una sola palabra. Al final les pregunté el por qué de su silencio. Me contestaron:
“Cuando habláis los militantes con experiencia, lo menos que podemos hacer es aprender, y eso, exige silencio”.
En hechos así, pequeños, aprendí la grandeza de lo pequeño. En estos que he referido, a combatir la insolencia estúpida de los pocos años, que hoy nadie quiere que se recuerde, pero existe. Tampoco se promociona la vida militante… pero se debiera promocionar.
Mes de septiembre de 1946. reunión fundacional de la HOAC. Iba yo a cumplir 22 años. El grupo que asistía por Barcelona había demostrado, a mi juicio, notorios síntomas de aburguesamiento. Varias veces se lo había gritado en mis intervenciones. La última, tras decírselo, se armó la gran discusión, hasta el punto de que Rovirosa consideró oportuno saltar desde la presidencia, me cubrió con su cuerpo y me sacó fuera, librándome, posiblemente, de que el enfrentamiento con los barceloneses pasara por peores trances.
Cuando le pidieron explicaciones, él, más o menos, respondió:
“Nunca es gravemente ofensor el que dice las cosas espontáneamente a la cara. Podréis desengañarle si es que lo está o pensaros la parte, más o menos grande, de razón que tiene.»
Mis palabras (1946) habían sido para asegurar, entonces, que el obrero catalán nativo no era pobre; a los pobres les importaban.
Rovirosa ha sido una gracia especial de Dios en mi vida. Su “Judas” me enseñó el Judas que soy. Su profunda vida interior, fue la base de la vivencia de la grandeza de lo pequeño, sin amiguismos ni contemporizaciones. Pero ¿se puede vivir eso en la C.E.E., primera potencia económica del mundo?
Nada hay imposible para Dios pero, normalmente, Dios no actúa a través de milagros. ¿no será lo correcto ir a descubrir la grandeza de lo pequeño entre los pequeños y encadenarse, al menos orgánicamente, con ellos para toda la vida?
Del libro: El primer traidor cristiano: Judas, el apóstol. (Ediciones Voz de los sin Voz)
Autor: Julián Gómez del Castillo