Muchos llevan una cruz colgada delante, y esta no es como la de Cristo, la que vale es la Dios Nuestro Señor nos pone en la espalda. ¡Viva!
Carta a Dora
… el espíritu de responsabilidad alcanza a todo militante, haciéndole sentir como propias las desgracias ajenas y luchar activamente para su solución.
Responsable es el que se siente culpable de la marcha actual del mundo y toma conciencia de la parte de culpa que le atañe por su falta de actuación.
Responsable es quien toma no sólo conciencia de estos hechos, sino que actúa continuamente en su pequeño mundo para que no vuelvan a repetirse.
Responsable es el hombre que deja a un lado el egoísmo de su situación personal y, sin temor a represalias, sale en defensa de sus compañeros de trabajo víctimas de las injusticias.
Responsable es el militante de agitación que, con su simpatía y con su lucha diaria en defensa de la justicia, tiene un lugar destacado en el centro de trabajo.
Responsable es el hombre para quien no se ha hecho el descanso, llegando hasta el abandono de sus intereses, no teniendo tiempo para sus cosas, porque todo lo absorbe el servicio a sus hermanos.
¿Cuántos militantes se sienten así responsabilizados, como verdaderos vanguardistas del Mandamiento Nuevo?
Quiero destacar mi deslumbramiento ante la maravillosa síntesis cristiana: la Encarnación, la Vida y la Doctrina de Jesús, resumida en una palabra: Comunión. Todo montado (para el fiel) sobre la triple sólida base de Comunión de Vida (Humildad), Comunión de toda clase de bienes (Pobreza) y Comunión de Acción (Sacrificio). Sobre esta base colosal, la Caridad. En España se confunde siempre Caridad con limosna, y esta confusión me molestaba un poco, pero rápidamente comprendí que en la limosna, tal como se practica, no hay casi nunca nada de Comunión, por lo tanto nada de Caridad. La Caridad es la cuarta dimensión de las tres coordenadas de Comunión (Humildad, Pobreza y Sacrificio). Y esta cuarta dimensión hace posible la hipóstasis del cielo y la tierra. Ante este bello panorama, todo lo que me había encantado en otras religiones se encontraba comprendido y magnificado hasta el infinito.
Entonces comprendí que, para el cristiano, la base no es la Ley de Moisés (ésa era la base para los judíos, y se puede decir que no han sacado de ello gran provecho), sino la Ley del Amor expresada en el Mandamiento de Jesús, que permanece aún absolutamente nuevo (e inédito). A la luz del Mandamiento Nuevo de Jesús yo me he posternado ante la grandiosidad de San Pablo y San Agustín, que han sido mis dos grandes maestros, y lo son todavía; cada día se hacen nuevos descubrimientos, más grandiosos que los anteriores, en la inmensidad de nuestra fe. Cuando otros cristianos se limitan a poner en el lugar de honor la Ley de Moisés, su división en sectas es inevitable, y es que no son aún cristianos, sino pre-cristianos. Cuando el Mandamiento Nuevo se coloque en el lugar de honor que merece, la unidad de la Túnica Sagrada se hará automáticamente. Los cristianos estamos divididos porque no somos aún cristianos. Si lo fuéramos no podríamos estar divididos. Cristianos divididos es un sinsentido; más aún, un imposible metafísico. Comprendo muy bien la oración de nuestro capellán general: Por la conversión de los cristianos.
Después de mi apostasía y mi conversión religiosa vino mi apostasía y mi conversión a la sociología católica. Quiero confesar, en primer lugar las cuestiones sociales ni habían interesado nunca más; ni por mi inclinación ni por los acontecimientos de mi vida habían atraído nunca mi atención. Pero la necesidad de rescatar mis años malditos me impulsó a buscar dónde y cómo podría aprovechar yo mejor los años que me quedaban de vida.
No tuve que dudarlo mucho tiempo; vistas mis circunstancias personales, y oída la voz apremiante del Papa (entonces Pío XI), comprendí inmediatamente que mi lugar estaba en las filas del Apostolado Obrero. Pero yo no entendía nada del asunto, y era preciso prepararse.
Tuve entonces noticias de que se iba a inaugurar un «Instituto Social Obrero» (era entonces el otoño de 1934) e hice en él mi inscripción. Lo frecuentaba todas las tardes (de 7 a 9) a la salida de mi trabajo. Y así permanecí durante tres meses, pero salí disgustado; mis exigencias de Verdad, no se satisfacían, y el panorama sociológico que se me había mostrado me turbaba profundamente. No, no me comprometería yo en eso. Se me había presentado una sociología católica en la que no se trataba de comunión, ni de Humildad, ni de Pobreza, ni de Sacrificio, ni de Mandamiento Nuevo. Yo ahí no me reconocía. Entonces tomé la decisión de olvidar la sociología católica, de desinteresarme totalmente de ella. Buscaría otro espacio para laborar en la viña del Señor.
En este estado de espíritu vino la guerra española, que me cogió de sorpresa. Yo entonces me interesaba muy poco (o nada) por cuestiones políticas, y sobre todo me ocupaba por profundizar en el pensamiento cristiano. Habitaba en un suburbio de Madrid en un lugar que llegó a ser frente de combate. Tuve que evacuar mi residencia hacia el interior de la ciudad, y la Providencia hizo que cayese en un sótano, en el cual se habían amontonado (en espera de quemarlos) los libros de los padres jesuitas de «Fomento Social» (era algo muy semejante a la «Acción Social», de París). Era toda una biblioteca de sociología muy al día, y principalmente de libros franceses. En aquel momento hubiera preferido otra cosa; pero me creí en el deber de ponerlos en orden y comencé a interesarme. Mi interés aumentaba a medida que podía profundizar en el pensamiento de Pío XI y de ciertos sociólogos. Finalmente, me apasioné, y durante dos años, casi todas las tardes y numerosas noches, yo las consagraba a la profundización de la sociología cristianas, considerada como una exigencia de Comunión y no como un derivado de la Ley de Moisés en el Pentateuco.
Lo repito: fue mi segunda conversión, y representa con la primera un conjunto armonioso. La primera, me hizo encontrarme a mí mismo en Cristo; la segunda, me hizo sumergirme en el Cuerpo Místico. Los aspectos personal y social se complementaban el uno al otro. La creación (sobre todo el hombre) eran, entonces los veía así, como una gran maravilla. Incluso el Pardito Socialista Belga y Mao-Tse-Tung, podría decir hoy, y Nasser, si queréis. Terminada nuestra guerra yo ofrecí mi vida al Señor para quemarla en el fuego de su servicio; me puse en las manos de su Providencia para no rehusarle nada, pidiéndole cada mañana que me dijera lo que quería hacer de mí. Comprendí claramente el gran daño que me había hecho en mi juventud una versión burguesa, farisaica y judaizante del catolicismo, y el gran mal que me hizo en la edad adulta una versión, con las mismas taras, de la sociología católica. Pero había podido salir del abismo y llegar a la plena luz, mientras que, a un número incalculable, los veía (y los veo todavía) engullidos por ese abismo en el que yo había permanecido durante 18 años. Y me entregué a la tarea ¡nada fácil , sin duda!
Es un combate agotador, pues, con aquellos que se designa frecuentemente como los enemigos de la religión, el convencerles del cristianismo de Cristo es extremadamente fácil (lo que cuesta es contactar con la profundidad de su ser), pero los que son duros, son los que se llaman los fieles, aquellos mismos que me perturbaron a mí en mi juventud. Estos últimos son en general de una gran buena fe, pero su buena fe, no es de la buena, pues se apoya sobre todo en la rutina, y la razón no tiene ahí nada que hacer. Pero lo que es imposible a los hombres es fácil a Dios, y de una parte y de otra, yo vi surgir por todas partes cristianos de Comunión. Algo formidable. Al fin de la guerra, el Señor aceptó mi oblación, y pasé por la prueba de que poco después Franco me pusiera en prisión durante 11 meses. La prisión fue para mí la escuela que me faltaba, y doy de ello siempre gracias a Dios.
A la salida, volví al trabajo; durante tres años seguí los cursos del Instituto Central de Cultura Religiosa Superior para Laicos, de Madrid, donde pude sistematizar el bagaje disperso que yo portaba. Los libros y las conferencias me enseñaron mucho, ciertamente; pero la gran enseñanza yo la saqué de la vida y del gran libro por antonomasia: el Nuevo Testamento.
Después he entrado en la Acción Católica dispuesto a no rehusarle nada. Así me encuentro totalmente comprometido en la Acción Católica Obrera de España. Las circunstancias de mi vida han evolucionado de tal manera, que hoy mi única razón de vivir es la ACO. Finalizadas las vinculaciones familiares, finalizados los trabajos profesionales (aunque haga algo como «aficionado» para no entorpecer completamente), finalizadas las preocupaciones de todo género, mi vida se gasta en desenmascarar el catolicismo burgués capitalista-farisaico en uso.
Yo no me he hecho jamás tarjetas de visita, pues no sabía que poner debajo de mi nombre. Hoy no me haría tampoco tarjetas de visita, pero sí que sé el título que pondría debajo de mi nombre: sería éste:
Apuntes sobre la vida de Guillermo Rovirosa
Ante la apostasía de la clase obrera
Rasgos autobiográficos