Guillermo, el campanero

Elogio de Guillermo Rovirosa a la Humildad y la Sencillez… ¡por el Amor de Dios!… en la figura del Hermano Gárate.

En todos los cursillos de la HOAC se destaca la figura del que -desde los primeros momentos- queda encargado de sonar la campana para que los cursillistas se levanten, si es el primer toque matutino, o se reúnan para los diferentes actos del cursillo, si se trata de los toques posteriores.

Siempre se destaca, porque nos despierta cuando mejor dormíamos, o porque nos interrumpe la conversación más interesante del cursillo…

A esta manera de destacarse la podemos llamar «normal», y considerarla como consecuencia natural de un «oficio» que, ¡evidentemente!, no puede pasar desapercibido.

Pero este verano hemos conocido al campanero perfecto. Al intentar describirlo ya nos damos cuenta de que vamos a fracasar, porque fue algo tan insólito, que solamente los que fueron testigos pudieron percibir la diferencia que va de campanero a campanero.

Realmente, es muy difícil explicar en qué se diferenciaba Guillermo de los otros campaneros de los otros cursillos. Puntual, cierto; pero los otros, en general, también son puntuales. ¿Manera -más o menos «flamenca»- de tocar la campana? No; de ninguna manera. Tocaba de una manera tan primitiva como cualquiera..

¿Entonces…?

Entonces… ¡había que verlo! Era el hombre transfigurado. Nunca hemos visto una cantidad tan enorme de «conciencia profesional» depositada en un menester tan humilde y accidental.

La cosa no podía proceder de concomitancias con su profesión, ya que el ser mecánico de una draga no tiene relación alguna directa con el ser el campanero perfecto en un cursillo de la HOAC.

¡Cuanto nos ha hecho meditar! Fue seguramente la impresión máxima de todo un verano lleno -bien lo sabe Dios- de impresiones nada ordinarias…

Guillermo era responsable de la campana, y vivió pendiente de esta responsabilidad metiendo la campana «por las narices» a los sordos, y no descansando hasta que todos estaban recogidos en la capilla o en la clase.

Los dos primeros días, los «listos» querían tomarle el pelo, y hasta le arrancaron el badajo a la campana; pero Guillermo, sin inmutarse, siguió su menester, y en los últimos días, no solamente era el cursillista popular, sino también el más considerado.

Ciertamente, Guillermo hizo lo más difícil de este mundo, que es entregarse TODO, del TODO, a un menester pequeñísimo y humildísimo… por el Amor de Dios. ¡Cuantas veces lo habremos repetido, que no hay ocupación pequeña, si se pone al servicio de Dios! Pero nunca lo habíamos visto con nuestros ojos hasta este verano. Guillermo nos dio una lección de cristianismo de las más intensas que hemos recibido en nuestra vida. Después de lo cual uno no tiene más remedio que exclamar:
¡Qué equivocados estamos!

Ahora creemos estar seguros de comprender de alguna manera -sin haberle conocido- la santidad del Hermano Gárate. Pero ¡qué duro nos es, Señor, aceptar estas cosas tan sencillas!