Se me dirá, quizá, que si una persona que tiene dos casas se pone de acuerdo con otra persona que carece de techo y ambos suscriben un contrato de arrendamiento, nadie puede afirmar que aquí pueda haber materia delictiva. Ni yo tampoco puedo afirmarlo, actualmente. Me parece que es algo análogo a lo que ocurre cuando un hombre y una mujer adultos se ponen de acuerdo para fornicar.
Lo único que yo aquí quiero dejar claro es la solemne mentira que existe al pretender para el contrato de arrendamiento la misma dignidad y el mismo respeto que merece el derecho de propiedad, del que se presenta como un corolario evidente y como una de sus formas.
Lo único que pretendo es que aparezca patente, por razones de hecho y derecho, que el fenerismo es la negación y la corrupción del derecho de propiedad. Y que sus partidarios busquen, si pueden, otra base en que fundamentarlo y otros argumentos para justificarlo, pues ya ha durado bastante el trágico confusionismo.
Los trucos que se inventaron a lo largo de la historia para que los de “abajo” entregaran dinero (o su equivalencia) a los de “arriba” a cambio de nada tangible fueron en extremo variados: impuestos, tributos, diezmos, peajes, permisos, alcabalas…; pero tarde o temprano su misma injusticia los ponía en evidencia y caían en desuso, inventándose otros que seguían la misma suerte, y así sucesivamente.
Pero el contrato de arrendamiento de bienes se ha beneficiado de una serie de apariencias que han disfrazado su injusticia congénita:
Primero, parece que se trata de un contrato entre hombres libres.
Pero la libertad no existe cuando entran en juego necesidades vitales no satisfechas.
Segundo, parece que los arrendadores son unos hombres generosos y altruistas, que en vez de vivir muy tranquilos conservando sus bienes para ellos solos, se avienen a cederlos en arriendo para socorrer a unos infelices que así pueden beneficiarse de ellos, aceptando magnánimamente las molestias, disgustos, quebraderos de cabeza… que esto lleva consigo. Esto me recuerda la famosa cuarteta:
El Señor Don Juan de Robres
Con caridad sin igual
Mandó hacer este hospital…
Pero antes hizo a los pobres.
Tercero, parece que la concentración de bienes que el fenerismo provoca como exigencia inevitable de su propia naturaleza, es útil a la sociedad, ya que así se pueden emprender grandes obras que de otra manera serían imposibles. Serían imposibles – evidentemente – en una sociedad como la actual integrada en su casi totalidad por los “económicamente débiles” (Occidente y Oriente, es igual), pero serían facilísimas si la gran mayoría de los hombres fuesen “económicamente libres”.
¿Para qué seguir…?