El deber

Todas aquellas personas que no tuvieron oportunidad de conocer la doctrina revelada por Cristo y propagada por la Iglesia, pero cuya vida se desarrolló conforme a los dictados de la Ley Natural impresa por Dios en el corazón de todo ser humano, forman parte de la Iglesia por el “Bautismo de Deseo”.

Ajustaron los actos de su vida a la recta razón –hicieron Encuestas sin saberlo- y esta fidelidad al “deber” les hace acreedores a la vida eterna, como si hubieran muerto en gracia, habiendo recibido el Bautismo Sacramental.

Pensando unos instantes sobre estas verdades no puede dejar de verse el asombroso valor que alcanza el ser “hombre de Encuesta”, no solo en el tiempo sino en la también en la eternidad.

Ahora cabe preguntar: ¿Qué maravillas no se ejecutarán en el “hombre de Encuesta” que es fiel a la Gracia, si en los que desconocen al verdadero Dios y a su Iglesia produce tales prodigios?

Para el cristiano la Encuesta toma su máximo valor cuando se llega a ACTUAR con la determinación de que “no se haga mi voluntad sino la del Padre”.

El hombre llega a la degradación máxima en sus posibilidades humanas cada vez que lanza el grito satánico de: ¡Hago lo que quiero! Por el contrario, alcanza la perfección más alta en su vivir cada vez que afirma: ¡Hago mi deber!

¿Y cómo podré nunca tener la seguridad (siquiera relativa) de que lo que estoy haciendo en cualquier momento es verdaderamente mi deber, si no he hecho una buena Encuesta?

En las normas de la vida social que regulan la relación de un hombre con los demás hombres, a cada “deber” corresponde siempre un “derecho”. Así, al deber de trabajar corresponde el derecho a vivir decentemente con el producto del trabajo, y podemos observar que, en el fondo, todo este maremagnum que solemos designar con la frase: “injusticia social” no es otra cosa que una falta de proporción entre los derechos y los deberes de cada ciudadano, desde el primero al último.

Uno de los primeros deberes que impone la virtud de la Justicia es el de defender los propios derechos, cuando se han cumplido las obligaciones propias en relación con la sociedad. Quien “se resigna” ante la injusticia social (tanto si ésta le afecta directamente como si no) no solamente no practica ninguna virtud cristiana, sino que peca contra alguna de las virtudes cardinales, y en muchos casos contra las cuatro a la vez.

En las relaciones del hombre con Dios, el contrapeso de los deberes no son unos derechos, sino unas “gracias”.

Esta es la maravilla de las maravillas.
Si hago lo que “debo” hacer delante de Dios (si hago buenas Encuestas), Dios considera esto como algo tan grande que no encuentra nada que sea apropiado para dármelo en recompensa, y se da a sí mismo.