En el lenguaje convencional se suele decir que DA TRABAJO la persona que COMPRA TRABAJO. Lo cual es muy diferente.
Dió trabajo aquel buen samaritano que se compadeció del hombre que yacía al borde del camino. Da trabajo el Hermano Hospitalario de San Juan de Dios, cuando asiste a sus enfermitos. Da trabajo el cristiano que en cualquier circunstancia ayuda al hermano a llevar la cruz.
¿Que tiene que ver esto tan elevado y sublime con el comprar trabajo a los necesitados, pagándolo, no en lo que vale, sino al estricto mínimo para que se pueda seguir trabajando sin desfallecer, de acuerdo con la venerada LEY DE BRONCE que debió promulgarse por el diablo en la falda del Sinaí, mientras en la cumbre se promulgaba el decálogo?
¡Dar trabajo que es flor delicada del espíritu cristiano, sinónimo de traficar con trabajo!
Así, no nos extrañan otros sinónimos que juntan en un mismo significado palabras que, en realidad, significan conceptos antagónicos.
La que nos duele más de las palabras que el lenguaje corriente ha desnaturalizado y envilecido es la palabra POBREZA. Esta margarita preciosa del cristianismo, sin la cual no hay santos y sin la cual es necesario el milagro de Dios, más portentoso que el hacer pasar un camello por el ojo de la aguja, para salvarse, se toma por sinónimo de MISERIA. Y siendo ello así, ¿quién amará la pobreza? ¿Quién deseará la divina pobreza si cree y estima que es lo mismo pobreza que miseria?
Y así hemos construido un fantasma de cristianismo, a base de unos llamados cristianos que ¡oh escándalo!, tienen horror a la virtud de la pobreza. Y algunos, ¿cuántos? han podido llegar a creer de buena fe que la RELIGIÓN DE LOS POBRES era la religión de los ricos. Así, la gente sencilla, que no entiende de distingos y sutilezas, pero cuyo sentido común -que es sentido de la proporción- es enorme, no podía compaginar una doctrina de desprendimiento hasta dar la vida por los hermanos, con las prácticas de los cristianos más aparentes que… todos conocemos. La conclusión era inevitable, y la palabra “¡farsantes!” subía necesariamente a la boca. ¿Quién ha oído a cristianos alabar la pobreza? ¿Quién admira y desea la pobreza? ¿Quién vive “de verdad”, sin “mandanga” la pobreza? Realmente, ¿quién sabrá nunca el estrago que ha hecho en las almas el confundir dos palabras que, si una significa el lugar más profundo del descenso, la otra es la vestidura sublime de los que han llegado a todo lo alto: al Reino de los Cielos?
Por el estilo ocurre con la expresión HUMILDE. Se han confundido en esta palabra al cristiano que está en el término de su perfección y santificación, siendo imagen viviente del Cristo “humilde de corazón”, con el vencido, con el humillado. Mucha gente cristiana, todavía nos llama humildes a los obreros, entendiendo por humildes a los que no han podido llegar a la burguesía. De esta manera, TODOS HUYEN DE LA HUMILDAD: los burgueses, como de cosa detestable, y los obreros, como sinónimo de paria y de vencido.
Y este es el cristianismo que florece después de doscientos años de estar tiñéndose en el tinte capitalista: UN CRISTIANISMO FORMADO POR CRISTIANOS QUE SE HORRORIZAN DE LA POBREZA Y DE LA HUMILDAD y que alaban, con la boca muy abierta, porque DAN trabajo, a los que realmente trafican con trabajo.
Verdaderamente los que aspiramos a la pobreza y la humildad tendremos que dar mucho trabajo para poner las cosas en su punto. Empezando por rescatar estas perlas inestimables que las pezuñas de los cerdos han mezclado y confundido con sus propios excrementos.