La tranquilidad (!) a punta de bayoneta que se observa en varios países quiere hacerse pasar como el orden querido y deseado por Dios para la implantación de su reino en el mundo.
La injusticia, ocupando el puesto de la justicia. El favoritismo político, económico, social y personal, usurpando el lugar de lo que exige la ordenación cristiana de las cosas. La brutalidad, el abuso y el odio organizado, campando con fines políticos. El orgullo y la soberbia, elevados a la dignidad de dioses. Todo este desorden, y mucho más, se considera por los benefactores de tal desorden como el «summum desideratum» de la buena ordenación en los hombres y en las instituciones (…)
Orden quiere decir que cada cosa, cada persona, cada institución, ocupe el lugar que le corresponde y no el otro (…)
No importa que millones de personas carezcan de lo más necesario para llevarse a la boca. No importa que la falta de vivienda sea un problema angustioso y palpitante. No importa que millones de seres hayan de emigrar, en un peregrinar sin descanso, a causa del orden que se sostiene por la fuerza. No importa que el pueblo esté sojuzgado. No importa la mordaza que pesa sobre las fuentes honradas y justas de información. No importa el desorden de unos pocos nadando en la mayor opulencia y de otros innumerables padeciendo hambre crónica. No importa todo este desorden, con tal que la tranquilidad, confundida con el orden, siga reinando.
¿Puede llamarse incitación al desorden (orden) la formación de una mentalidad para sustituir esta tranquilidad (orden) por un régimen más justo, conforme a los deseos de Dios para los hombres?
¿No es acaso una violencia desordenada la defensa de todo ese desorden? ¿No pugna con la libertad que, como supremo valor, Dios deposita en todo hombre?
Los privilegiados de este desorden tranquilo (!) califican de abuso las medidas equitativas, Justas, tomadas por la sociedad en defensa del derecho de los no privilegiados.
La esclavitud (desorden) fue considerada en su tiempo como la suma ordenación de la justicia. Su supresión costó ríos de sangre y vencer multitud de dificultades, aun dentro mismo de los esclavos.
La deformación mental en unos y otros, en los que dirigen y en los que obedecen, en los hambrientos y en los saciados, en los libres y en los «esclavos», exige en los hombres honrados, que han despertado a la llamada del Señor, un esfuerzo continuado para que su llama se siga propagando, aumentándose, al mismo tiempo, su intensidad y calidad (…)
El Cristo sangrante, que es para el cristiano el prójimo, nos urge angustiosamente a la lucha por el reino del amor (…)