Pero Rovirosa fue mal entendido por los que extendieron por España que era autodidacta, cuando había completado la carrera de ingeniero industrial y ejercido la investigación con éxito, hasta el punto de que la «Phillips» le quisiera comprar una máquina suya de empaquetado que hubiera suprimido el trabajo para centenares de empleadas, lo que le llevó a romper la máquina y escribir aquel pensamiento:
«El sufrimiento de una mujer en paro es un valor superior a toda la técnica de la tierra».
Ser cristiano, este es el ideal del cristiano y no: hacer de cristiano.
Carta a Dora
A la muerte de mi madre, en contacto brutal con el «mundo», muy rápidamente llegué a la conclusión, muy clara, de que la religión era una engañifa, organizada por astutos, para vivir de las donaciones de la gente que no tenían gran cosa en su cabeza. Yo no sabía entonces nada del slogan «opio del pueblo»; si lo hubiera sabido, ésa era exactamente mi opinión.
Dejé de frecuentar las iglesias y me puse decididamente enfrente. Me burlaba desaforadamente de mis compañeros que practicaban, los ponía siempre en ridículo. Ahora comprendo que ellos eran pobres rutinarios, incapaces de defenderse; habían «aceptado» todo simplemente sin plantearse ninguna cuestión, ni a sí mismos ni a los demás. Esa especie es excesivamente abundante en lo que se llama el catolicismo español. Gregarismo en estado puro. Además de ese estado de espíritu, que se manifestaba cuando las ocasiones se presentaban, en esta etapa que precedió mi tisis, me había entregado completamente a mis estudios técnicos y me desinteresé de todo lo demás. La enfermedad me hizo pensar un poco (muy poco); el giro favorable que tomó rápidamente me lanzó a vivir, más bien que a pensar en la muerte.
Un año después de mi matrimonio sufrí una sacudida muy fuerte; mi cuñado, que tenía exactamente la edad mía, al que yo quería mucho, y con el que había hecho grandes proyectos, murió de una enfermedad muy rápida, y eso me dejó en un total desamparo ante la vida. Encontré que me faltaba alguna cosa esencial (que no podía ser la religión católica, de la cual yo estaba de vuelta) y entonces caí en el espiritismo. La esperanza de poder «comunicar» con mi cuñado y la creencia de haberlo hecho en algunas circunstancias me hicieron apasionarme por esta ideología y viajar en busca de «mediums» extraordinarios. En esta línea yo pude comprobar que el número de adeptos al espiritismo es mucho más amplio en España de lo que se cree. Una de las razones es quizás que los adheridos practican totalmente la regla del sigilo, no hablan de estas cosas nada más que con los iniciados. Vi que cada grupo era una unidad que se bastaba a si misma, casi sin relaciones con los otros grupos; cada «medium» que tenía comunicación directa con el absoluto no tenía interés ninguno en ponerse en relación con los otros y limitar así el círculo que tenía cerrado sobre sus «fieles». Entonces quise conocer una teoría del espiritismo, pues las contradicciones que yo observaba en un grupo frente a otro me hacían dudar hoy de lo que tenía ayer por cierto. Entonces me apliqué a leer, más bien que a asistir a las reuniones. Casi toda la literatura espiritista se basa sobre lo maravilloso y sobre afirmaciones incontrolables. Mi exigencia de verdad (herencia de mi padre) me hacía desconfiar.
Los libros de Richet, que pretendían dar una base científica al espiritismo, me hicieron una gran impresión al principio; cuando yo quise experimentar fue la gran desilusión, pues había puesto una meticulosidad muy severa. Cuando manifesté mis inquietudes a un compañero, él me orientó hacia la teosofía, me dijo que la precisión y la rigurosidad que yo buscaba estaban precisamente en ella. Me puse en contacto con los grupos teosóficos de Barcelona y me devoré los escritos de Madame Blavatsky y Annie Besan; me quedé deslumbrado ante la síntesis religiosa que pretendía hacer y me apasioné sobre todo por el hinduismo. Fueron unos tres años de intensa actividad en las filas de la Sociedad Teosófica Española. Incluso llegué a formar una pequeña comunidad teosófica agrícola en la provincia de Alicante, que acabó mal. Pero voy a explicar lo que me hizo dudar de la Teosofía y al fin dejarla: fue la creación del Cosmos por emanación. Con un átomo de mi ser yo construyo el Universo y continúo existiendo. Este versículo de los Vedas, del cual se desprende toda la idea del Universo, no podía admitirlo. Ese átomo de Brahma me fastidiaba continuamente. Y finalmente, en 1928, caí en un escepticismo total. Si hubiera conocido entonces el existencialismo, seguro que hubiera entrado en él. Llegué a la conclusión de que no había nada que hacer con todo lo que trascendiera la materia y me apasioné más que nunca por mi técnica, por aquellas cosas que son verdaderamente verdaderas.
En mi matrimonio yo no tuve hijos, y en 1929, tras la muerte de mi suegra, mi mujer y yo, después de haber quemado las naves, dejamos España para correr nuestra aventura en París, a donde llegamos en el mes de mayo. Yo no tuve éxito en mis proyectos, y finalmente entré a trabajar en una fábrica en Compiégne (Oise). Pero fue en París en 1932 cuando se inició mi conversión.
Apuntes sobre la vida de Guillermo Rovirosa
Ante la apostasía de la clase obrera
Rasgos autobiográficos