La revolución que el mundo necesita no es posible sin una renovación completa en el orden espiritual.
Mi salud precaria durante mi infancia obligó a mi padre a retenerme en el campo, sin poder frecuentar la escuela; así llegué a los 8 años completamente sin saber una letra. A esta edad se me mandó a la ciudad (Vilanova i Geltrú) y me acuerdo muy bien del tormento que era para mi amor propio mi presencia entre niños de más temprana edad. A la muerte de mi padre (cuando yo tenía 9 años), y visto el estado de mi madre, se me internó en una escuela de religiosos escolapios. Comencé mi bachillerato, siendo el menos preparado del grupo; era la risa de los demás, y eso hería mucho mi orgullo. Estudié con rabia y al tercer año era el primero de la clase; los tres cursos finales los hice en dos años, y acabé un año antes que los demás que habían comenzado conmigo. Esa fue la venganza de mi amor propio herido. En ese centro de «formación» tenido por religioso aprendí, entre otras cosas, muchas materias propias del bachillerato, las perversidades sexuales de un lado y los alrededores de la religión del otro. Digo los alrededores para expresar que se me enseñó la moral, la liturgia, la Historia Sagrada, etc… Pero que yo salí de allí sin conocer la persona ni el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.
Finalizado el Bachillerato, muerta mi madre, y un poco en desavenencia con mi hermano el mayor, me encontré a los 18 años sin sujeción alguna. Estudié la Técnica Eléctrica (trabajando para pagar mis estudios), y cuando estaba ya muy próximo a su término, cogí una tuberculosis y quedé sin mi certificado de estudios. Pude curar y a los 25 años me casé.
Apuntes sobre la vida de Guillermo Rovirosa
Ante la apostasía de la clase obrera
Rasgos autobiográficos