El primer traidor cristiano Judas el apóstol

PRESENTACIÓN:

Cuando sucedió la crisis del apostolado laico en los sesenta, típica crisis profranquista, Guillermo Rovirosa había padecido la eliminación del apostolado laico, como consecuencia de una difamación policial, años antes, sin que ninguna organización, a excepción de la HOAC, manifestara un mínimo de solidaridad. Su ejemplar amor a la Iglesia, prohibiendo que ciertas personalidades eclesiásticas intervinieran ante el Papa, movido por aquel pensamiento, “un hijo nunca se defiende de su Madre, es la Madre la que tiene que defender al hijo”, le sitúa hoy con doble ejemplaridad, ya que en nuestros días es muy “progre” insultar a la Iglesia, cuando ni siquiera se ha padecido la persecución interna, sino que lo que se pretende es disponer del peso político que una institución religiosa como la Iglesia católica tiene en la sociedad. ¿Fue éste, también, el pecado de Judas? La reflexión de Guillermo nos ayudaría en la respuesta.
Eliminado Rovirosa del apostolado obrero, no dudó en incorporarse al lanzamiento de la “Editorial ZYX”, y ser su primer presidente, pionera organización en el apostolado privado, para asumir realmente el compromiso apostólico que contraemos con el bautismo. Cuatro años más tarde, en plena crisis profranquista del apostolado laico, la mayoría de los militantes que saltaron de las organizaciones no optarían por sus responsabilidades apostólicas en organizaciones privadas, sino que más bien, no pocos, contrajeron compromisos sindicales y políticos que les llevarían a fraguar la crisis del apostolado laico desde la izquierda marxista, en la que organizaciones enteras pasaron a ser miembros de partidos y sindicatos, alguno de los cuales, era militantemente ateo. También ahora se repetía el “pecad de Judas”, como en los años sesenta, al instrumentalizar las obras apostólicas al servicio de intereses político-partidistas. Franquismo o marxismo “tanto monta, monta tanto…”
El “Movimiento Cultural Cristiano” al publicar este libro dentro de su decisión de publicar todo lo escrito por Rovirosa, estima que tiene el especial interés de ser una obra clave para los cristianos de hoy. Amar a la Iglesia, “sintiéndose y sabiéndose Judas”, quien prohibió defenderse y defenderle de ella, no deja de ser una paradoja de los Santos, ya que mientras él actuaba así y le condenaban por lo contrario, quienes instrumentalizaron a la Iglesia se nos presentan hoy como los paradigmas de lo cristiano.
¿Veremos a Rovirosa, el excepcional técnico y excepcional militante cristiano, en los altares?. Creemos llegado el momento histórico de ello y ahí tienen una primera palabra la abadía de Montserrat y la Hermandad Obrera de Acción Católica. Cuenten con nuestra pequeña colaboración para ello. Rovirosa, hoy más que nunca, es una gloria de la Iglesia y sólo a la Iglesia pertenece. Creemos llegado el momento de proclamarlo así.

(Julián Gómez del Castillo. Responsable de publicaciones del Movimiento Cultural Cristiano).

PRÓLOGO

Judas es sin duda el mejor libro de Rovirosa. Esta indiscutible primacía es debida a su capítulo quinto: Judas y Yo. No sólo porque en él traza, siquiera a grandes rasgos, su autobiografía, sino porque nos descubre, quizás sin apercibirse de ello, los aspectos más profundos de su vida cristiana. A quienes hemos tenido la dicha de convivir con Guillermo Rovirosa y de apreciar la transparente sinceridad de sus palabras, la lectura de ese capítulo nos da la clave para descubrir el auténtico sentido de tantas frases suyas dejadas caer como descuidadamente, de tantas reacciones aparentemente espontáneas, pero que nos llenaban de admiración por su carga de lucidez y de sentido cristiano y que nos hacían entrever un misterio de gracia en el fondo de su alma tan humana.

Rovirosa pasó en Montserrat la mayor parte de sus últimos años, los de su inactividad forzada. Prácticamente llevaba vida de monje. Fueron para él años de reflexión y de íntimo trato con Jesucristo. Aquel trato por el cual descubrió, como él mismo insinúa, que para el verdadero cristiano todo es Comunión: comunión vital con el evangelio de Jesús, con su Amor, con su voluntad, con su Cruz. Y esto, escribe Rovirosa, es la verdad. Y lo dice él, quien se califica así mismo como “fanático de la verdad”.

En efecto, según él mismo nos cuenta, la búsqueda de la Verdad fue trazando el sendero de toda su vida íntima. Jovencito todavía, se apasionó por las matemáticas “porque me aparecieron verdad como la expresión de la verdad más exigente”. Porque no supo entender la verdad evangélica de que “los buenos pierden siempre y los malos, ganan siempre” decidió “no sólo desentenderse sino combatir la religión católica en nombre de la verdad”. Fue entonces cuando cayendo de desengaño en desengaño buscó la verdad en el espiritismo, en la Teosofía, en un sincretismo religioso hasta llegar al escepticismo total.

Tuvo necesidad de que un gran santo tan apasionado de la verdad como fue San Agustín lo pusiera en contacto con Jesús: sólo entonces se abrieron los ojos a la luz de la verdad. San Agustín le hizo entrever la humildad de corazón de Jesús. “Aquello fue decisivo. Fue un deslumbramiento que trastornó toda mi vida”. Pero aún así, nos asegura Rovirosa, “¿quién lo creería? El espíritu de Judas continuaba en mí inconscientemente”. No se había dado cuenta todavía de que “en el Bautismo Jesús se me da El mismo, que es la Vida, a cambio de mi muerte mística”. Fue necesario que aprendiese vitalmente en su espíritu y en su carne que cuando se quiere seguir de verdad a Jesús “el calvario anda siempre de por medio”. Entonces descubrió la verdadera Faz de Jesús y se descubrió a sí mismo. Descubrió que “Jesús me ama con locura” y que “yo traiciono sin descanso el don de Dios”. Y con ello encontró la paz, “una paz que nunca hubiera podido ni sospechar”.

La vida de Rovirosa fue siempre un nítido reflejo de las íntimas exigencias que el progresivo descubrimiento de la verdad le imponía. Por esto fue siempre un hombre sincero, honrado, leal. Cuando descubrió a Jesucristo, le amó y quiso servirle apasionadamente en la persona de sus hermanos más necesitados: trabajó incansablemente en la Acción Católica y en la organización del Apostolado Obrero. El nombre de Guillermo Rovirosa, ¡cuántos sentimientos entrañables sugiere a los hombres de la HOAC!

Pero el Rovirosa más auténtico es el de sus últimos años. Cuando la incomprensión, las suspicacias, los recelos y más tarde la amputación de un pie lo redujeron al silencio y a la inactividad. Cuando bajo la opresión del sufrimiento moral y del dolor físico se dio cuenta de que Jesús busca seguidores, no colaboradores; amigos decididos a cumplir la voluntad de El, no deseosos de que Jesús cumpla la de ellos.

En estos últimos años, quien le trataba podía percibir fácilmente el buen olor de cristo que se exhalaba de sus palabras y aún de sus silencios. De sus silencios llenos de respeto, de perdón y tal vez de justificación ante las incomprensiones más dolorosas para él. De sus palabras que rebosaban sabiduría, caridad y paz. ¡Cuántas veces una sencilla palabra de Rovirosa, dejada caer como el azar durante la sobremesa, fue motivo de edificación y de gracia para los huéspedes de Montserrat!

Desde el retiro de su celda, Rovirosa no dejó de relacionarse con sus amigos. Quiso hacerles partícipes de sus reflexiones sobre problemas de vida humana y cristiana. Para ellos redactó unos cuadernos que luego él mismo multicopiaba y encuadernaba.

Fueron apareciendo sucesivamente: Cooperativismo Integral, en dos cuadernos (1959); Dimas, el ladrón: el primer santo cristiano; Judas, el apóstol: el primer traidor cristiano; La virtud de escuchar (1962); Fenerismo (1962); El compromiso temporal (1963); ¿De quién es la empresa? (1964, en ediciones ZYX); Los terciarios (ediciones ZYX); Utopía, de Tomás Moro (Introducción y modernización del texto castellano, en ediciones ZYX). Tenía todavía en proyecto algunos otros títulos, como El humor de Dios, El anciano Simeón, Sobre la pandilla, etc.

El primer traidor cristiano: Judas de Keriot, el apóstol fue el cuarto de estos cuadernos. Basándose en los textos evangélicos y en las características del pueblo judío en tiempo de Jesús, Rovirosa se sirve de su fina intuición de la psicología humana para analizar el drama íntimo que convirtió al Judas apóstol en el primer traidor cristiano.

Exegéticamente, varios pasajes de su cuaderno podrían ser discutibles; su juicio sobre el Antiguo Testamento parece algunas veces excesivamente duro quizá por no considerar suficientemente que, a pesar de su imperfección básica, era “un preceptor que debía conducir hacia Jesucristo aquellos hombres que todavía no estaban justificados por la fe”, según expresión de San Pablo (Gal 3,24). Pero, en general, sus reflexiones son siempre atinadas y demuestran una notable familiaridad con los textos de la Sagrada Escritura leídos, meditados y asimilados con amor.

Su tesis, según la cual “Judas llegó a ser traidor porque no supo ser un seguidor de Jesús, sino que pretendió ser un colaborador suyo”, supone una gran penetración del espíritu evangélico. No será por simple reflexión sino por experiencia personal que Rovirosa pudo precisar tan justamente en qué consiste “este no hacer nada cuando dios visita el alma y obra en ella maravillas” o “en los momentos en que Dios quiere obrar El solo” y “que no tiene nada que ver con la herejía quietista”.

No sé hasta que punto la tesis de Rovirosa, en su concreta aplicación a la traición de judas, puede considerarse como una exacta interpretación de los hechos históricos. En todo caso, es la afirmación de un principio de moral cristiana que le permite introducir otra tesis más importante para él: “La traición de Judas fue una de tantas. Como cualquiera de las nuestras cuando traicionábamos nuestro bautismo. Puesto que la traición al Bautismo se produce cuando el bautizado afirma algo suyo y lo antepone a lo de Dios”. De ahí que el centro de gravedad de todo el libro se halla, no en alguno de los cuatro capítulos que se refieren directamente a Judas, sino en el último: Judas y Yo. Un capítulo denso de sinceridad, de equilibrio, de sobrenaturalismo cristiano, de espiritualidad evangélica, que suscitan espontáneamente el recuerdo de las Confesiones de San Agustín.

Quisiera que estas sencillas líneas de presentación fuesen un homenaje personal de afecto y de veneración al añorado amigo Guillermo Rovirosa, uno de esos hombres ante cuyo recuerdo se experimenta el gozo de haberlo conocido y la pena de no haberlo tratado con más frecuencia e intimidad.

(Gabriel Mª Brasó. Abad coadjutor de Montserrat)

Título:
EL PRIMER TRAIDOR CRISTIANO: Judas, el apóstol.
Sección:
Espiritualidad desde los pobres
Autor:
Guillermo Rovirosa
Colaboración Económica:
1,50 € (2 tomos. 160 páginas)
Edita:
Voz de los sin Voz


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