El equipo famiiar

La mayor parte de los hombres deben, en primer lugar, solidarizarse con el equipo familiar que por su libre voluntad constituyeron, ya que entra dentro del orden general de la naturaleza que el hombre funde un hogar.

Una vez establecido el hogar, los padres se hallan en la obligación de asegurar a todos los miembros el alimento, el cobijo, la instrucción y la educación; aunque existe la regla generalísima de que en la familia cada miembro debe darse a los demás, ayudar a los demás. Y nadie que quiera fundar una familia tiene derecho a rehusar las obligaciones que ello lleva consigo; ni nadie que forma parte de una familia tiene derecho a desolidarizarse de ella.

Se comprende que la fundación de una familia es una de las tareas humanas más nobles. Hay que empezar por reunirse dos para constituir una célula total de vida. Todo en el matrimonio se realiza bajo el signo de la vida: se recibe y se da la vida; se dirige, se expansiona, se mejora y se desarrolla la vida; y todo ello tiene lugar en un ambiente de afecto, de confianza, de esfuerzos. El amor mutuo se continúa en la realidad viva de los hijos, que son la prolongación de uno y de otro cónyuge. La gran tarea de los padres consiste en conducir a sus hijos a la plenitud de constituirse asimismo en padres de otros hijos.

La familia es fundamental en la sociedad, y es la base del éxito –o del fracaso- de casi todas las vidas humanas. Por eso, el militante de la HOAC siente como primera responsabilidad la de hacer de su hogar hoacista.

El hacerse responsable de su propia familia ata rigurosamente al militante hoacista a su hogar, y con frecuencia los deberes familiares representarán para él un motivo de grandes sufrimientos, ya que la vida del militante tiene exigencias imperiosas. El verdadero militante hoacista debe estar constantemente en la brecha, pronto a lanzarse a los puntos donde el combate es más duro. La movilidad ha de ser su característica; llamado de unas partes y de otras sin previo aviso, es muy importante que nunca haga oídos sordos a tales llamadas. En el lugar de su residencia debe “dejarse comer” por unos y otros, por gestiones urgentes y actuaciones rápidas. Su vida carece de regularidad horaria, llegando a cenar cuando menos se piensa, a horas imposibles, estimándose feliz los ratos en que su alojamiento no está invadido, o cuando puede acostarse antes de medianoche, o no tiene que levantarse mucho antes que amanezca.

La esposa, por comprensiva y generosa que sea, a la larga se fatiga de esta vida atropellada. El marido rehúsa trabajos mejor pagados, para poder seguir el combate hoacista, muchas veces invita a los amigos a casa, agravándose la cuestión económica, de manera intolerable; la educación de los hijos sufre las consecuencias de la ausencia o las prisas del padre. La esposa no cesa de repetir: Mis hijos se han quedado sin padre desde que es militante de la HOAC. Es preciso un temple muy excepcional para aceptar este trastorno permanente de la vida de familiar. El militante ardoroso se adapta, llegando hasta el agotamiento al no querer abandonar ninguna de sus tareas. El militante flojo capitula pronto y se apaga rápidamente.

Por esto, para que un militante de la HOAC no quede esterilizado por los lazos familiares necesita que su esposa tenga un espíritu semejante al suyo, entregada como él a la causa; que sea excelente mujer de su casa, capaz de llevar casi sola la buena marcha del hogar y la educación de sus hijos pequeños. En realidad, debe tener espíritu de esposa de marino.

Cuando el marido y la esposa vibran al unísono en las peripecias del combate hoacista, entonces sus dos almas se aproximan y compenetran cada vez más, y los hijos que crecen en tal ambiente quedan “marcados” para toda la vida.

Librar en común el mismo combate (para lo cual no es indispensable que la esposa tome parte directa en él) depura y ensancha las almas de los esposos. El hogar que se cierra egoístamente sobre sí mismo, cae sosamente en la tibieza y en la mediocridad. Pero aquel hogar del militante de la HOAC, que permanece abierto a todo y a todos, interesándose tanto en la felicidad ajena como por la propia, no solamente no disminuye de valor, sino que cada día gana una nueva batalla en los combates del Señor.